Comentario
El reino Ashanti es el gran centro político y foco de atracción de todos los pueblos de la etnia akan. La razón de esta ausencia se halla, precisamente, en su estructura política centralizada: en África Negra, todo monarca que quiera imponer su voluntad y crear una administración dócil y efectiva, ha de enfrentarse por fuerza a las sociedades secretas, señoras de los ritos y dueñas de las máscaras. O logra dominarlas, ocupando sus puestos rectores y convirtiéndolas en instrumentos de su poder, o -como hicieron los reyes ashanti- las ha de reducir a la práctica aniquilación política. Como dice un poema akan, la autoridad del jefe es total y absoluta:
"El jefe es aquel cuyo juramento no debe ser tomado a la ligera; / es el que detesta ver al enemigo volver vencedor a casa; / libera a viejos y jóvenes del terror de la guerra; / es el que agota a los ejércitos enemigos. / Él es el escudo: disparad sobre él y perderéis las balas. / Su poder anula los presagios de los sacerdotes; / captura a los sacerdotes y les arranca sus campanillas. / Es imposible capturarlo o cortarle la cabeza en plena batalla; / es como el árbol robusto y el viejo tronco mojado, / que no pueden ser cortados ni el uno ni el otro".
Por tanto, no cabe extrañarse de que, a partir de la fundación del reino Ashanti por Osei Tutu, allá por el 1700, el arte de este pueblo se haya apartado por completo del mundo de los dioses y de los espíritus. Tan sólo cabría señalar, como excepción folclórica, la existencia de pequeñas muñecas o akuaba que las jóvenes llevan consigo para pedir descendencia, como ocurre en múltiples pueblos de toda África. Los demás objetos artísticos de los ashanti -y son muchos- están vinculados al simbolismo del poder, desde el del simple jefe de casa, pasando por los de gobernadores y reyezuelos de aldeas y ciudades, hasta la suprema majestad del rey de los ashanti o ashantehene: pequeños tronos o taburetes de madera, telas ricas y multicolores, instrumentos musicales, joyas, parasoles coronados por símbolos heráldicos, todo sirve para componer una brillante escenografía a las recepciones del estado.
En este campo el oro desempeña un papel esencial: lo hallamos en las espadas ceremoniales de los nobles; en el propio trono dorado que simboliza a la monarquía y que, según la tradición, bajó del cielo sobre las rodillas de Osei Tutu; en cabezas cinceladas que colgaban de los símbolos regios... Baste, para abreviar, que recordemos la descripción que hizo el viajero Th. Bowdich de un ashantehene, cuando visitó su corte en 1817: "(Llevaba) un collar de piezas de oro... y, sobre su hombro derecho, una cinta de seda roja que sostenía tres zafiros engastados en oro; en sus brazaletes se mezclaban con la mayor riqueza oro y cuentas, y sus dedos estaban cubiertos de anillos; su vestidura era de seda, de color verde oscuro... (Llevaba también) ajorcas con adornos de oro de un arte consumado: tamborcitos, arpas, banquetas, espadas, fusiles y pájaros, todo a la vez; sus sandalias, de cuero blanco y flexible, iban adornadas en el empeine con zafiros engastados en oro y plata; estaba sentado sobre una silla baja, ricamente adornada con oro, y llevaba un par de castañuelas en sus dedos índice y pulgar, con cuyo sonido reclamaba silencio".